Detenerse en una foto ante la avalancha de imágenes que nos invaden en esta prodigiosa era digital en la que nos ha tocado vivir. Como idea sonaba bien, apenas un pequeño texto o un pie de foto largo para explicar el contenido de una imagen que saldría destacada a toda página. Se trató de uno de esos encargos veraniegos que llegan casi a última hora, cuando uno se prepara para hacer las maletas. Ya se sabe, los periodistas soñamos con disponer de tiempo para poder hacer las cosas bien pero eso no sucede nunca. Desde hace años ya es tradición que, del 15 de julio al 1 de septiembre, desaparezca la sección de Cultura para dar paso a la Revista de Verano, con contenidos especiales y secciones nuevas que hagan más agradables las lecturas veraniegas. “La foto de mi vida”, el título elegido, sugería una elección y eso siempre resulta doloroso. ¿Cómo escoger uno de entre tantos hijos? Del otro lado de la línea telefónica, los elegidos, 21 profesionales del mundo de la fotografía con todos los premios del mundo sobre sus espaldas y sin ningún rasgo de engreimiento, protestaron inequívocamente al escuchar el proyecto pero enseguida reconvertimos la idea para encajarlo. No era necesario tomárselo al pie de la letra.
Bastaba con elegir una fotografía que tuviera algún significado en sus carreras. Todos aceptaron gustosos, alguno escapó del género con el que de una manera u otra ha conseguido parte de la fama y se fue al lado opuesto, más de uno se mostró inseguro sobre la elección y cambió sobre la marcha, otros pidieron un plazo para pensarlo y muchos lo tuvieron claro al momento. No, no había una foto que se ajustara al titular pero revolviendo en el pasado parecía que se encontraban cosas jugosas y también simbólicas.
A la hora de explicar la imagen seleccionada muchos hablaron de un encuentro, como si la imagen hubiera estado ahí esperándoles. Al apretar el clic supieron que era suya, que no haría falta retoques. Ahora, que Toni Catany acaba de dejarnos, víctima de un infarto, valgan estas pequeñas líneas como homenaje al gran maestro del bodegón. Hablamos por teléfono, se encontraba en Barcelona, trabajando en pleno agosto, y su voz sonaba relajada y amable. No dudó un segundo. Escogió una imagen periodística. Él la llamaba “Nin” y fue captada en la Ibiza de los años sesenta, cuando la isla aún no había sido descubierta por el turismo. Mil veces publicada y pirateada otras tantas, la foto en blanco y negro, representa “la primera foto buena” de su carrera: un niño en primer plano con la cabeza rapada al cero, vigilado por su abuela y bisabuela. Tan sencilla como genial.
Amelia Castilla
Madrid, octubre de 2013
La foto de mi vida
Sobre
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