El que escribe narrativa es una especie de histrión de la palabra. Sus personajes se le pegan como lapa. Y ahí se quedan, inexorables, como la infancia. Si defeca, hace el amor o camina por la calle bajo una lluvia lánguida, tendrá a alguno de ellos al lado. Escribir es acumular formas de ser. Con Restos de naufragios fui el proxeneta de su madre, esposa e hija; un león parlante aficionado al vodka y a las canciones de Javier Solís; la joven que dará a luz al Hijo de Dios; el agónico que alcanza a urdir la venganza contra su padre uxoricida; el adicto que habla con la droga como con su amada; el difunto abuelo pederasta que se le aparece a su nieta y la sigue acosando; un probable fabulador que confabula contra su propia felicidad; un espermatozoide cuyo anhelo es ser un niño simpático y llamarse Mariano; la mujer abusada y ultrajada por su marido que se acuesta con cualquiera a fin de conseguir algo para beber. Ellos son mis semejantes en este libro. Invito al lector a ser parte de esta metamorfosis.
Restos de Naufragios (Spanish Edition)
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