Al contrario que los anteriores, el amante número diecisiete dejó a Charlie deseando volver a verlo, y por primera vez, se arrepintió del acuerdo que tenía con Paul, su esposo. El suyo era un matrimonio muy poco convencional. El poderoso marido de Charlie no podía experimentar las relaciones sexuales en persona, y le proporcionaba a su esposa una serie de amantes anónimos, jóvenes y guapos, para disfrutar de las relaciones de su mujer mediante unas cámaras que había colocado tras los espejos. Era un acuerdo que había sostenido su matrimonio, pero Charlie estaba empezando a sentir que su vida amorosa era como una jaula de oro. Un día tuvo un encuentro casual con aquel amante número diecisiete, y se produjo algo prohibido: una sesión de sexo ardiente en el probador de una tienda de ropa para hombres, sin cámaras ocultas que pudieran entrometerse en su placer. O eso pensaba ella. Entonces, las cosas comenzaron a volverse verdaderamente surrealistas, y Charlie descubrió que nada era lo que parecía.
Espejito, espejito
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