Cris documentaba con frecuencia sus pensamientos de madrugada, al amparo del insomnio. Decía que su mente era como una “máquina de espaguetis” que botaba líneas sueltas y cuentos cortos en lugar de pasta. Si una idea la atacaba, empezaba a escribir, parando sólo para cambiar de cigarrillo, que consumido empezaba a hacerle sentir calor en el labio.
Si discutíamos sobre algún tema del que había escrito, se le iluminaba el rostro. Lo próximo que escuchaba era: “Sobre eso tengo algo en la máquina de espaguetis, léelo primero y luego conversamos”.
En un día de esos en los que boto cosas que no uso, para dejar espacio a las nuevas, encontré una vieja lata de galletas que me regaló mi abuela, casi llena de garbanzos. Algunos tenían palabras escritas en tinta de plumilla muy fina, otros habían sido pintados de colores, y la mayoría se envolvía con un post-it, cuando el asunto ameritaba un texto mayor. Estaba ante mi propia máquina de espaguetis, con las palabras que un niño aprendió en la casa y en la escuela.
Junto a la lata, puse mis notas del Camino de Santiago y unos cuentos cortos que alguna vez escribí a máquina durante la universidad.
Esas historias tenían algo en común: habían cambiado mi forma de pensar y podía resumirlo en una palabra. Era mi diccionario personal, donde cada garbanzo se convertía en el disparador de un recuerdo.Mi diccionario está tintado por mi entorno, la influencia de mis amigos y los valores de mi familia. Cuando terminé de escribirlo, por mucho o poco que resultó, estas notas se convirtieron en una forma sencilla de reconocer y agradecer a todos, que hayan sido parte de mi camino en esta vuelta.
Bienvenidos a La Lata de Garbanzos, unos libros que no tiene secuencia, para poder leerlos en desorden, y que no tienen final porque para eso tendría que ponerles comienzo. Cada lectura planea durar lo que tarden en ir al baño. Les dejo mi respeto y admiración, por emprender la aventura de leer retazos. Si sienten que se está poniendo muy sentimental, muy portugués o demasiado privado, no se preocupen, que seguro dura poco.
Si discutíamos sobre algún tema del que había escrito, se le iluminaba el rostro. Lo próximo que escuchaba era: “Sobre eso tengo algo en la máquina de espaguetis, léelo primero y luego conversamos”.
En un día de esos en los que boto cosas que no uso, para dejar espacio a las nuevas, encontré una vieja lata de galletas que me regaló mi abuela, casi llena de garbanzos. Algunos tenían palabras escritas en tinta de plumilla muy fina, otros habían sido pintados de colores, y la mayoría se envolvía con un post-it, cuando el asunto ameritaba un texto mayor. Estaba ante mi propia máquina de espaguetis, con las palabras que un niño aprendió en la casa y en la escuela.
Junto a la lata, puse mis notas del Camino de Santiago y unos cuentos cortos que alguna vez escribí a máquina durante la universidad.
Esas historias tenían algo en común: habían cambiado mi forma de pensar y podía resumirlo en una palabra. Era mi diccionario personal, donde cada garbanzo se convertía en el disparador de un recuerdo.Mi diccionario está tintado por mi entorno, la influencia de mis amigos y los valores de mi familia. Cuando terminé de escribirlo, por mucho o poco que resultó, estas notas se convirtieron en una forma sencilla de reconocer y agradecer a todos, que hayan sido parte de mi camino en esta vuelta.
Bienvenidos a La Lata de Garbanzos, unos libros que no tiene secuencia, para poder leerlos en desorden, y que no tienen final porque para eso tendría que ponerles comienzo. Cada lectura planea durar lo que tarden en ir al baño. Les dejo mi respeto y admiración, por emprender la aventura de leer retazos. Si sienten que se está poniendo muy sentimental, muy portugués o demasiado privado, no se preocupen, que seguro dura poco.