Antes de que Internet se popularizase; y se convirtiese en la panacea del ligue; ya existía el cibersexpacio. Se trataba de bases de datos de gentes deseosas de conseguir pareja. La información que proporcionaban; más cómo les gustaría ser, que cómo eran; la manejaban agencias llamadas matrimoniales o sentimentales, o de corazones solitarios. Éstas ayudaban, previo un pago, a conseguir la soñada media naranja. La mayoría de los clientes, que acudían a tales agencias, iban buscando sexo puro. Y algunos lo encontraban, aunque la computadora no le fabricaba la mujer de sus sueños, sino que le proporcionaba la primera disponible; si bien les dijeron que eran compatibles, según un concienzudo estudio de doctos especialistas en la materia amatoria.
El protagonista, en primera persona, divorciado y cansado de los bares de solteros; lugares en donde se buscan espejismos, se elucubran quimeras, y se consiguen constipados; acude a una agencia, en la que encontró mucho más de lo que esperaba.
Cuando la noche sabatina sumerge la ciudad en tinieblas, cuando las luces de neón intentan vanamente sustituir a un sol fatigado, la hormona caníbal sale de su letargo y, como una maldición bíblica, los “cazadores del asfalto” abandonan sus cubiles y asolan las veredas urbanas. La undécima plaga se adueña del fin de semana.
El protagonista, en primera persona, divorciado y cansado de los bares de solteros; lugares en donde se buscan espejismos, se elucubran quimeras, y se consiguen constipados; acude a una agencia, en la que encontró mucho más de lo que esperaba.
Cuando la noche sabatina sumerge la ciudad en tinieblas, cuando las luces de neón intentan vanamente sustituir a un sol fatigado, la hormona caníbal sale de su letargo y, como una maldición bíblica, los “cazadores del asfalto” abandonan sus cubiles y asolan las veredas urbanas. La undécima plaga se adueña del fin de semana.