En el eterno trajinar de los caminantes profanadores de lo más recóndito, andaba esculcando almas escondidas, un tanto satisfecho de haber descubierto el velo interno de sabedores de un mundo inescrutablemente falso; cuando de pronto me siento desenmascarado por un sutil y taciturno merodeador de mundos incógnitos. “¿Qué haces?” le pregunté sorprendido. “Busco a Sofía” me dijo. Aunque no sabía a ciencia cierta qué o quién era, pero buscaba algo, más allá de los confines del conocimiento o quizá más adentro, en lo más profundo de las inexpugnables intimidades del ego lacrado de los seres. Un eterno buscador de Sofía, si aún conocerla, pero en esa incesante y casi fanática búsqueda, Esteban descubre mundos escondidos, cual remeros hacinados en las galeras, conducen nuestros destinos, o cual dioses del Olimpo, manipulan nuestras vidas. Y con esos vacilantes pero decididos pasos, penetra en ese mundo mágico de los procesos mentales, se remonta junto con sus personajes, dando vida real y deslumbrante a cada uno de los factores psicológicos causantes de nuestra conducta, dramatizando con verdadera destreza el comportamiento de los hombres, que ajenos a su propia voluntad, actúan como resignados títeres obedeciendo a simples deseos frívolos, torturando y devastando cada vez más a su ya deshumanizado raciocinio, para entregarse a los placeres carnales y a la corrupción, insensible al dolor de sus semejantes, complaciéndose a costa de su sufrimiento.
Jesús Aldoradín Cotaquispe
Abancay, marzo del 2010
Jesús Aldoradín Cotaquispe
Abancay, marzo del 2010