El fenómeno migratorio se ha transformado en el contexto de la nueva civilización tecnológica digital. Hoy alcanza dimensiones muy altas (más de 215 millones de personas, el 3% de la población mundial, está fuera de sus países de origen) y ahora permite una fluida interactuación (económica, cultural y política) de los migrantes con con los países de procedencia.
El peso económico de las diásporas se ha vuelto decisivo en ciertos países.
Como resultado de las nuevas tecnologías también resulta hoy posible diseñar políticas migratorias que trasciendan la concepción del juego suma cero que antes prevalecía. Un nuevo paradigma va emergiendo en que todos —países emisores y receptores de migrantes— pueden beneficiarse. En esa nueva concepción se favorece la migración circular sobre la permanente, se trasciende el concepto del antes llamado drenaje de cerebros por políticas de circulación de talentos, se percibe a las diásporas no como pérdidas sino como vehículos para la adquisición adicional de recursos.
Reprimir las migraciones, reducirlas a cero, sea en el país de partida o de llegada, no es la clave del asunto a dilucidar hoy. Ello resulta imposible, es contraproducente y no resuelve los retos que hoy se despliegan ante nosotros. La cuestión a responder es —sean cuales sean los desafíos que aún nos presentan— cuál es el potencial positivo que las migraciones encierran para unos y otros y que se hace necesario emprender para materializarlo.
El futuro ha llegado y no es una panacea, pero es hora de que tomemos en cuenta ese dato. Ignorarlo sería la peor opción.
El peso económico de las diásporas se ha vuelto decisivo en ciertos países.
Como resultado de las nuevas tecnologías también resulta hoy posible diseñar políticas migratorias que trasciendan la concepción del juego suma cero que antes prevalecía. Un nuevo paradigma va emergiendo en que todos —países emisores y receptores de migrantes— pueden beneficiarse. En esa nueva concepción se favorece la migración circular sobre la permanente, se trasciende el concepto del antes llamado drenaje de cerebros por políticas de circulación de talentos, se percibe a las diásporas no como pérdidas sino como vehículos para la adquisición adicional de recursos.
Reprimir las migraciones, reducirlas a cero, sea en el país de partida o de llegada, no es la clave del asunto a dilucidar hoy. Ello resulta imposible, es contraproducente y no resuelve los retos que hoy se despliegan ante nosotros. La cuestión a responder es —sean cuales sean los desafíos que aún nos presentan— cuál es el potencial positivo que las migraciones encierran para unos y otros y que se hace necesario emprender para materializarlo.
El futuro ha llegado y no es una panacea, pero es hora de que tomemos en cuenta ese dato. Ignorarlo sería la peor opción.