"Si el principio de libre determinación hubiera sido lealmente empleado con Alemania, los Sudetes, Austria, Dantzig, el Corredor y diversas partes de Polonia hubieran debido ser incorporadas al Reich".
Lord Lothian
Mientras en Rusia se asentaba y consolidaba el bolchevismo, y en Occidente el liberalismo empezaba a perder viejas posiciones en beneficio del larvado marxismo de la socialdemocracia, la República de Weimar, nacida de la zerrota, empezaba su efímera existencia. La Constitución, elaborada por el judío Hugo Preuss, era de tendencia socializante y contenía el suficiente número de «libertades» para que su estricta aplicación fuese totalmente funesta, aún para un pueblo disciplinado como el alemán.
Un doble peligro amenazaba entonces a la naciente República: uno exterior, personificado por los bolcheviques del Báltico y los xenófobos polacos y lituanos, y otro interior, derivado del descontento y el desorden social creados por la derrota y las actividades de los grupos «spartakistas», socialistas, bolcheviques, etc.
Cinco meses después del alto el fuego, las tropas polacas de Korfanty saquearon la Baja Silesia, mientras las numerosas comisiones de control aliadas en Alemania, asistían, impávidas, a aquel acto de piratería. Tropas de voluntarios alemanes consiguieron expulsar del país a los polacos, los cuales, en la Ata Silesia - que les había sido adjudicada en la feria de Versalles - se vengaron brutalizando a los escasos alemanes que habían quedado en la región después de su anexión por Polonia. La misma actitud de culpable inhibición adoptaron las tales comisiones de control cuando unidades del flamante Ejército lituano entraron en Memel y exterminaron a cuatro mil civiles alemanes indefensos, la mayoría ancianos, mujeres y niños. La joven República alemana debía limitarse a responder a todas esas agresiones - en tiempo de paz - con platónicas protestas de las que nadie, ni en el Foreign Office, ni en el Quai díOrsay, ni en la Sociedad de Naciones hacia el menor caso. En cuanto al peligro interior que se cernía sobre Alemania, las complicidades de que los revolucionarios disponían en el seno del propio Gobierno hacían muy difícil de contrarrestarlo con éxito.
Lord Lothian
Mientras en Rusia se asentaba y consolidaba el bolchevismo, y en Occidente el liberalismo empezaba a perder viejas posiciones en beneficio del larvado marxismo de la socialdemocracia, la República de Weimar, nacida de la zerrota, empezaba su efímera existencia. La Constitución, elaborada por el judío Hugo Preuss, era de tendencia socializante y contenía el suficiente número de «libertades» para que su estricta aplicación fuese totalmente funesta, aún para un pueblo disciplinado como el alemán.
Un doble peligro amenazaba entonces a la naciente República: uno exterior, personificado por los bolcheviques del Báltico y los xenófobos polacos y lituanos, y otro interior, derivado del descontento y el desorden social creados por la derrota y las actividades de los grupos «spartakistas», socialistas, bolcheviques, etc.
Cinco meses después del alto el fuego, las tropas polacas de Korfanty saquearon la Baja Silesia, mientras las numerosas comisiones de control aliadas en Alemania, asistían, impávidas, a aquel acto de piratería. Tropas de voluntarios alemanes consiguieron expulsar del país a los polacos, los cuales, en la Ata Silesia - que les había sido adjudicada en la feria de Versalles - se vengaron brutalizando a los escasos alemanes que habían quedado en la región después de su anexión por Polonia. La misma actitud de culpable inhibición adoptaron las tales comisiones de control cuando unidades del flamante Ejército lituano entraron en Memel y exterminaron a cuatro mil civiles alemanes indefensos, la mayoría ancianos, mujeres y niños. La joven República alemana debía limitarse a responder a todas esas agresiones - en tiempo de paz - con platónicas protestas de las que nadie, ni en el Foreign Office, ni en el Quai díOrsay, ni en la Sociedad de Naciones hacia el menor caso. En cuanto al peligro interior que se cernía sobre Alemania, las complicidades de que los revolucionarios disponían en el seno del propio Gobierno hacían muy difícil de contrarrestarlo con éxito.