Con todas las contradicciones de los grandes hombres -cruel y compasivo,
audaz y conservador, obediente e indócil, enamorado y misógino-, Pedro
de Ursúa es el resumen de las violentas pasiones que asolaron las Indias
Occidentales.
En 1543, con solo dieciséis años, deseoso de fortuna y aventuras
guerreras, el joven Pedro de Ursúa viaja al Nuevo Mundo. Desembarca en
Perú, confiando en que la tierra de los incas le depare, como a tantos
hasta entonces, riqueza y poder; sin embargo, se encuentra con una
región turbulenta, dividida entre bandos de conquistadores tan apegados
a sus nuevas rapiñas que recelan de cualquier recién llegado. La llegada
de su tío Miguel Díaz de Armendáriz a Cartagena lo libra de este
panorama sin promesas, y bajo su padrinazgo comienza una larga y
codiciosa carrera de conquista, y después, libre de disposiciones
oficiales, se entrega a sus sueños de riqueza y de gloria. Ahora había
un destino a la medida de la ambición de Pedro de Ursúa, y a partir del
momento en que tuvo noción del rumbo del tesoro, ya no le interesaron
los asuntos de la gobernación. Creo que revela cuán joven era, esa
capacidad de abandonar un capricho y dedicarse a otro con la misma
ceguera y la misma pasión.